¿Quién me hubiera dicho hace años que yo iba a crear un proyecto de ayuda algún día en Guatemala? Viajé a Guatemala para aprender el Español y para conocer más de cerca la cultura de los Mayas. Pero no contaba con que aquel viaje iba a ser la gran aventura de mi vida y que nunca más podría desconectarme de aquel sitio.
Fue pura casualidad (¿o tal vez no?) que fui precisamente a Guatemala para aprender el idioma. Pero desde el primer momento sentí una atracción inexplicable hacía aquel sitio: hacia sus colores vivos, hacia la amabilidad de su gente, que no tenían muchas riquezas pero aún así estaban muy abiertos e interesados en los visitantes. Hacía la música y su arte. Y hacía la inmensa naturaleza que tiene ese país, un verdadero tesoro, sus volcanes, sus lagos y la selva con los monos aulladores que confundía con jaguares cuando por primera vez escuché sus gritos haciendo eco por toda la selva.
Pero también fue la primera vez en mi vida, que me vi enfrentada a una pobreza tan grande. No eran los vagabundos que estaban pidiendo dinero durante el día, sino fue aquel alcohólico que quería que le comprara un plátano porque tenía hambre. Fue un joven con minusvalía que su familia sentaba todos los días en el mismo sitio porque el estado no le daba ayuda ninguna. Y sobre todo fue aquella madre que estaba durmiendo por la noche con sus hijos pequeños en plena calle, tapados con periódicos. Creo que eso fue lo que más me impactó de todo lo que había visto en toda mi vida. Esa experiencia cambió por completo mi visión de la vida y por primera vez me di cuenta conscientemente de la estructura de nuestra sociedad y del mundo de apariencias en que estamos viviendo, lejos de la realidad.
Hablamos siempre de la suerte que tenemos de haber nacido en Europa, pero ¿cuántos realmente también lo sentimos de esa manera? Normalmente nos solemos acordar de ello cuando vemos algún documental del tal llamado “Tercer Mundo” en la tele. ¿Cuántas veces sentimos envidia de los demás por algo realmente insignificante, mientras la mayor parte de este mundo está luchando a diario para sobrevivir, sólo por no haber tenido la suerte de haber nacido en un país “desarrollado”? Ese mundo “desarrollado” o mejor dicho “artificial” en el que hemos olvidado vivir con la naturaleza y vivimos más bien en contra de ella.
Ya han pasado 16 años desde mi primer viaje a Guatemala. Desde hace 14 años estoy viviendo en las Islas Canarias y ahora ha llegado el momento de convertir mi sueño en realidad y dar una, aunque pequeña, contribución para mejorar la situación por lo menos de un pueblo en Guatemala.
Sé que hay personas que piensan que me había vuelto loca empezando un proyecto de ayuda precisamente en un momento de una crisis general tan grande, pero ¿cuándo podría ser un momento ideal para comenzar algo así? Nunca se sabe que pasará la próxima semana. Quien quiere ayudar a los demás, lo puede hacer de inmediato y quien no lo quiere hacer, tampoco lo hará mañana.
Cuando empecé a desarrollar ese proyecto no tenía ningún conocimiento acerca de constituir una empresa, de diseños de páginas web o de rating-lists en Internet. No sabía nada acerca de la administración de donaciones o de ventas de productos artesanales. Todo ese conocimiento fui adquiriendo poco a poco durante estos últimos meses.
En el verano del 2012 viajé con mi madre y con mi hijo Daniel, que entonces tenía 7 años, a Guatemala para conocer el pueblo al que iba a enfocar mi proyecto. Ha sido toda una aventura en la que Daniel ha aprendido a valorar las cosas que tenemos. Y gracias a mi amigo Roy Flores, el gerente del Ministerio de Salud de la zona de Sayaxché, hemos podido llegar a la Comunidad de Palestina II y empezar de verdad con el proyecto. Sin su ayuda no hubiera sido posible llegar a un pueblo tan alejado en medio del Petén…
Espero haber podido explicar un poco mis motivos por crear el Proyecto Yolihuani que significa «Fuente de la vida» en el idioma «Nahuat´l».
En esta vida no se trata de lo que tenemos sino como gestionamos lo que tenemos. No hace falta ser rico para ayudar a los demás. Con cualquier gesto aunque sea pequeño se puede contribuir a mejorar este mundo, sólo hace falta la voluntad.
Y seamos sinceros: ¿No es una sensación gratificante hacer algo para otra persona sin esperar nada a cambio?
Me gustaría también darles las gracias a todas las personas que me han apoyado durante las últimas semanas y meses, que creen en mí y en este proyecto y que me han ayudado, de diferentes maneras, para que yo pudiera crear la Asociación Yolihuani. ¡Muchas gracias!
Abril del 2013
Sandra Pruckmayr